En el concurso de relatos de este año, coordinado por Mafalda y con un Jurado de lujo, compuesto por Eli, Sylvia y Fidel, hemos contado con dos trabajos centrados en «Olmedo al serano, titulados: «Silencios al fresco de Olmedo» de Julio Rodríguez y «Al Fresco» de Jesús Sánchez, . El Jurado, tras arduas deliberaciones, debido a la excelente calidad de todos los trabajos, decidió otorgar el primer premio a «Silencios al Fresco de Olmedo» y el segundo a «Al Fresco». Exponemos a continuación las obras para que podáis disfrutar de ellas.
Silencios al Fresco de Olmedo
En Olmedo aprendí muchas cosas….
Aprendí a hacer vibrar una tela de araña con una pajita, para engañar a la araña y hacerla salir creyendo que tenía la presa segura.
Aprendí que el huevo de madera del cesto de coser servía para zurcir calcetines.
Aprendí que para que las cebollas engorden hay que tronchar los tallos y tumbarlas.
Aprendí que el sabor de una rebanada de pan tostada al fuego de la lumbre no lo superaba ni el de un donut relleno.
Aprendí que un huevo de gallina recién puesto esta casi tan caliente como uno recién cocido.
Esas y mil cosas más aprendí en aquellos veranos en el pueblo, algunas las he olvidado o simplemente están archivadas en carpetas de mi memoria que de vez en cuando algo las extrae, cuando menos te lo esperas y un latido de recuerdo, nostalgia y agradecimiento te sacude el corazón. Pero hay otras enseñanzas que hasta que no alcanzas una cierta madurez o al menos un puñado de años, no eres consciente de ese aprendizaje, de lo que te aportaron aquellos momentos o experiencias que viviste y que, sin querer, pero irremediablemente de manera silenciosa marcaron tu personalidad.
Una de esas cosas fueron los silencios, esos silencios que a veces eran incomodos y aburridos pero que con el tiempo descubres que eran muy necesarios e imprescindibles, porque esos silencios estaban llenos de pensamientos, repasos y análisis de lo que ocurría, previsiones, proyectos o simplemente sueños, ese silencio era la callada maduración de todo lo que ocurría en una vida, la de antes, sin el ruido ensordecedor e insoportable de la vida o lo que sea que llevamos ahora.
Los silencios al sereno de mis abuelos de Olmedo, entre mis recuerdos y mi imaginación podrían ser más o menos así……
Por un lado, una silla baja de madera, con patas torneadas, respaldo y asiento de mimbre para la abuela y por otro un cojín mullido de lana con figuras circulares para el abuelo que este colocaba estratégicamente en la lancha de piedra colocada a modo de banco en la puerta del corral, era el mobiliario necesario para tomar el fresco en las estrelladas y calurosas noches del mes de julio en Olmedo.
- Hoy hemos salido más pronto, no serán poco más de las diez.
- Parece que se oye jaleo en la puerta de Andrea y Ceferino, ¿nos arrimamos allí?
SILENCIO
- Yo hoy no tengo muchas ganas de chachara, anoche el estomago no me dejo dormir bien y no creo que tarde en acostarme.
- Mañana si salimos nos acercamos y echamos un parlao.
SILENCIO
- No corre ni una pizca de aire.
- Hasta el jueves al menos tenemos mucho bochorno. Hasta primeros de agosto las cabañuelas no dan cambio ninguno.
SILENCIO
- Mañana viene el Mariano y tenia que ir a coger alguna cosa, debías irme a coger la vez, la gente va enseguida y yo no aguanto allí de pie al sol mucho rato.
- Cuando vuelva del huerto cojo la bolsa y voy a coger la vez.
SILENCIO
- Esta semana saco las patatas, creo que no van a valer para mucho, tarde en curarlas del bicho y echaron poca flor.
- Las que tengan habrá que aprovecharlas, con que haya para guardar simiente y dar alguna a los chicos si vienen en agosto, los patatos los vamos aprovechando nosotros.
SILENCIO
- ¿Cuántas docenas de huevos hay en la alcoba? Por darle alguna también si vienen pronto.
- Alguna se le podrá meter seguro, a los niños les gustan los huevos fritos del pueblo.
SILENCIO
- Mira, ahora sí parece que corre una miaja de aire.
- Algo parece, los álamos se mueven sí, pero es caliente.
SILENCIO
- Por San Juan lo mismo me acerco a Bogajo a ver al primo Cesareo que ya debe estar bueno, lo mismo se acercan los de Villavieja y Fuenteliante y ya aprovecho para ver a todos.
- Pues yo no tengo ganas de viajes y jaleos así que vas tu si quieres.
SILENCIO
- Yo meto para dentro, se estará mejor que aquí.
- Pues sí, ¿nos metemos para dentro entonces?, si además son ya casi las doce y media.
“El silencio es el único que contesta las preguntas del pensamiento.
Ambos son cómplices callados de la palabra”.
Autor desconocido.
Julio Rodríguez
Al Fresco
Hay un asiento reservado en la puerta, unas veces solo, otras con más gente, a veces
en la plaza o en casa de Los abuelos. El fresco llega todas las noches de verano.
Y es que en ocasiones me quedo mirando un punto fijo y registro el momento del
fresco de muchos años atrás.
Vuelvo del caño chico de coger moras y veo a mis abuelos sentados cerca del peral
junto a María Antonia y Santiago.
O entro por el camino de bañobarez de buscar luciérnagas y Quico el Gordo y el
maestro con su tumbona enorme me saludan desde el corral delantero.
Otras veces pasa cerca gente y habla de sus cosas.
— En este pueblo no empieza ninguna carretera
— Y qué?
— Pues que no es importante
— Estamos en el kilómetro 11,300.
Para luego irse alejando y perderse por detrás del ayuntamiento.
Pero en noches como esta, en las que estoy solo en mi puerta, se me van aflojando
los parpados y podría quedarme dormido. De hecho, me da la sensación de que lo
estoy haciendo. Por el pequeño cielo que forman las ranuritas de mis ojos, pasa ahora
un meteorito y el deseo, decido guardarlo para cuando esté más consciente.
Doy la mano a Juan Rulfo y durante un momento sólo, visito Cómala y me pierdo en la
dimensión tiempo, pero en un espacio en concreto, donde sólo a través de los
recuerdos se logra acceder.
Aparecí por una de las entradas del pueblo, donde estará el pozo nuevo, pero varios
siglos antes y donde se veía de forma clara la degradación y los nuevos intentos de
remodelación de los buldóceres del tiempo.
Barrios enteros devastados, perdidos en las memorias de gente muerta hace muchos
años y senderos que pretenden adivinar sitios a los que ir.
A la casa de mis abuelos se tarda más en llegar, hay casas derruidas que en la
actualidad no permanecen y un poco más allá, una calle abierta que ahora ya no
existe.
Me veo desde arriba, en mitad de una calle vacía en el centro de un pueblo que sólo
existe en la memoria ancestral, doy pasos cortos cargados de incertidumbre que bien
quisieran toser y generar una pausa.
El silencio del abandono de siglos me perfora los tímpanos como si los del gas
abrieran la acera. Un árbol me recibe en la intersección, donde ahora está el bar,
apoyado sólo, sobre las puntas de sus raíces, como si estuviera recogiendo para irse y
puedo pasar por debajo.
Al otro lado estoy otra vez de vuelta en este ahora en el que piso, donde siempre
intento fusionarme con mis seres queridos y en el que sólo me apetece olvidar.
Mientras abro los ojos puedo divisar a Pedro Páramo y como se difumina con las
sombras en la plaza.
Y vuelvo a oír la conversación de antes, que en algún punto han dado la vuelta.
– Podrían empezar dos carreteras, una hacia San Felices y otra hacia Cerralbo
– Y eso en qué nos beneficia
– Pues que seríamos el kilómetro 0 y eso es importante
– Pero mira, ahí seríamos el inicio que buscaría un fin para ser un algo, una especie
de contenedor o continente y de esta otra manera, como estamos, somos lo que hay
dentro, lo importante, somos el contenido, que es siempre un bien muy preciado.
– Pues quizá tengas razón.
Y la conversación se pierde por la calle de la cuesta.
Mientras un escalofrío recoge mis sentidos y los enreda de nuevo con mis
sentimientos, me parece oír a las lechuzas en ritmo suave, sobre lo frenético de las
ranas, junto mis manos ahuecadas y miro dentro buscando un coco lumbero, me
despido de María Antonia y de la sobriedad del maestro, mañana con suerte buscaré
otra vez, aguanto la mirada a lo inefable y me rindo de nuevo.
Jesús Sánchez